jueves, 29 de diciembre de 2011

campamentos entrañables

Y el esfínter de ese inmenso culo reciba toda la mierda… ríos de mierda…..

-Bersuit Vergarabat.-




-¿ Te surraste verdad cabrón ?

Preguntó Rodrigo entre consternado y sorprendido.

José rodaba literalmente de la risa entre la tierra y el colchón inflable donde había dormido a la intemperie, con todas sus cosas revueltas y muchas de ellas en un estado lamentable de suciedad.

-¿Cómo te diste cuenta ? lágrimas corrían por sus mejillas.

-Pos guey…. La neta sí,


La mejor parte de surrarse es cuando los demás se dan cuenta de todo. Es ahí donde se da el encanto de transgredir una norma fundamental no escrita. Es una emoción compleja que sacude existencialmente. Un dejarse ir por completo, sin control alguno. Un poco como emborracharse hasta perder los zapatos, la cartera y una porción grande de la dignidad.


José compadecía internamente a todos aquellos que nunca habían perdido el control de sus esfínteres, considerando la experiencia de mearse o cagarse encima como algo que definitivamente hay que vivir alguna vez para ser un ser humano completo que valga la pena.

En la noche del primer día que pasaron acampando en el cerro, como era la costumbre de José, comieron sin parar todo tipo de comida, rodeados de la naturaleza, riendo, fumando y bebiendo mientras las horas pasaban alegremente, hasta que llegada la hora de dormir ocurrió lo siguiente:

José recurrió a los ansiolíticos prescritos por su doctor para poder relajarse y dormir de corrido, sintiendo de momento un fuerte retortijón que le hizo pensar en la conveniencia de ir a evacuar al cerro agarrado de un árbol, idea que desechó de inmediato ya que estaba acomodado dentro de su bolsa de dormir y con los efectos de la pastilla invadiendo su cuerpo agradablemente.


-Seguro no es nada, ahorita se me pasa ya mañana de día voy porque ahorita que hueva, reflexionó sabiamente y mientras lo pensaba supo de manera intuitiva que algo grave ocurriría, sin saber muy bien que.


Como era de esperarse, José despertó en la madrugada con unas ganas de cagar incontrolables. La vida y la muerte se abrían paso por sus intestinos buscando la luz, buscando la tierra y el mar. Así como la vida y la muerte no esperan así la mierda de José pugnaba por salirse del conducto en el que estaba contenida.

Salió trastabillando y completamente desorientado de su bolsa de dormir, buscando el camino más corto para salir corriendo hacia el cerro, y poniéndose las botas como pudo, ante la mirada de los otros campistas. Se detuvo casi despierto y resignado ante la potencia del llamado de la naturaleza y cruzó sus piernas en un ingenuo intento por cerrar el paso a los río de mierda que pugnaban inclementes.


En cuestión de segundos sintió como corría sin control un río de mierda líquida, caliente y sumamente apestosa por sus piernas, llenando toda su ropa de aquella sopa primigenia y magnífica. Caminó como pudo sin llamar la atención de los otros hasta donde debió hacer defecado civilizadamente y se despojó de los pantalones , calcetines y botas. Se tomó con fuerza del pino más cercano y arrojó sin falsos pudores otra ración abundante diarreica y maloliente.

Un momento existencial se había gestado. No pudo menos que sentirse desesperado, a medio cerro, lleno de mierda, sin ropa limpia por supuesto y sin instalaciones de ningún tipo para asearse. Su mente vagabundeaba en busca de posibles soluciones hasta que decidió manejar el reto más importante. Llegar hasta su bolsa de dormir sin que nadie se diera cuenta de lo ocurrido, para lo cual se despojó de su chaleco de pescador para usarlo como pantalón y así salvar el primer escollo.


Ante la mirada circunspecta e inquisidora de Rodrigo se cobijó en su lecho sintiéndose ligero y purificado, como en muchos años no se había sentido.

El problema de cómo funcionar el día siguiente encuerado de la cintura para abajo era algo que resolvería en su momento. Durmió de corrido hasta que amaneció y luego otro tirón hasta casi las once.

Estuvo aprisionado entre las cobijas hasta que una idea iluminó su mente, se levantaría sigilosamente y se envolvería en una manta a manera de falda, mientras lavaba en el arroyo cercano unos shorts que también había surrado. Seguía en un estado de calma inusitado, libre de todas aquellas toxinas que su cuerpo había desechado sin miramientos.


Preparó el desayuno para todos los campistas en su falda hecha con una cobija roja hasta que se armó de valor para ir al arroyo y lavar los shorts, y nadie se atrevió a cuestionarlo en su excentricidad.


Acomodó en un rincón la ropa en estado inservible con la esperanza de olvidarla en el cerro, lo cual por supuesto ocurrió.


Rodrigo… Dejé mis pantalones surrados allá…… dijo José por el mensajero instantáneo

-Si me di cuenta, le dije al capataz que los tirara.


-Dile que los queme mejor.

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