viernes, 28 de agosto de 2009

Culturosos tapatío

Los culturosos de Guanatos.1


-No es que odie a la humanidad, a la que odio es a la gente-

Frase plagiada de algún lugar



Un culturoso es un güey que solo de verlo ya te cagó la madre.

Los de aquí suelen ser hippie fresas con ropa de marca, gastada y una actitud mamona e insufrible. Siempre tienen cortes de pelo el cual piden en algún salón para que se vea como que todo les vale madre, pero en realidad son pura pose. Usan lentes oscuros tipo retro, más bien grandotes y le hace saber a la gente que para ellos sus lentes son básicos. De adolescentes usaban huaraches de San Juan de Dios e iban a la peña cuicacualli, o como chingados se diga eso. Ahora son de los que usan chanclas de horcapollo tipo calzaleta indiscriminadamente. Los más modernos e ilustrados usan ropa high tech de hiking y en su mente escalan o practican algún deporte extremo.

Ahora que también hay culturosos jodidos, pero a esos si que nadie los quiere, porque aparte de mamertos son pobres y en este país ser pobre es horrible y ni los pobres se quieren entre sí. De esos algún día escribiremos aquí en su espacio consentido Cróñicas de Guanatlán de los agachones.

Ellos siempre cargan un libro, lo pasean mucho y lo leen poco. En un país dónde nadie lee ni por error, les reconozco que al menos crean que leer es chingón. Ellos creen que citar ideas incompletas de autores y libros de los que jamás recuerdan el dato es culto y están seguros que esto les da a sus pláticas soporíferas un nivel de poca madre.

A todos les gusta filosofar. Pero la realidad es que completo sólo leyeron el principito y la mitad de Comillo salvaje con letrotas. También dicen siempre que viajar es lo mas chido del mundo, los que son ricos si han viajado mucho. Su país favorito es India, hayan ido o no.


Tripulan naves muchas veces caras y elegantes, casi nunca pagadas por ellos con su chamba y los mas osados se bajan descalzos en el seven eleven porque creen que son súper groovy El culturoso es un ecologista de boutique, un activista de café que está consciente del medio ambiente, pero lo cuida poco. El opina de sí mismo que tiene suerte de no ser como los demás tapatíos, que arrojan basura, tiran el agua y provocan tráfico en la ciudad.


Todos van a los mismos lugares, se visten, hablan y ríen muy parecido, todos súper originales. Hay un chingo en las cafeterías en este mismo momento, bosquejando proyectos fantásticos de cómo hacer una comuna con sus amigos o hablando de cuando vendieron chucherías en Florencia para sobrevivir.



Todos tenemos un culturoso dentro que espera cualquier evento en el Exconvento del Carmen para cultivarse y saludar de beso doble a todos sus conocidos. Un culturoso que no ame el cine y se rasgue las vestiduras por que va al cineforo de la mugrejé a cada rato, incluso los más intrépidos se van solos, no podría llamarse un culturoso decente.

No me opongo a que la gente sea culta y domine las bellas artes. Incluso algunos de ellos si tocan de neta algún instrumento. Los felicito si este es el caso de alguno del gremio de los culturosos. Yo ya casi no me los encuentro por fortuna. Casi siempre fueron amables conmigo debo reconocer, pero entre nosotros nunca hubo mucha química que digamos, dejar hacer, dejar pasar.


En todas partes hay culturosos. Es como una parte de la misma cultura urbana que pretende enmendarse y reflejarle a la otra parte de la cultura que hay cosas más profundas que el fútbol y más trascendentes que el beber tequila.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Tapatíos en Tapalpa 1 versión into the wild

Siempre llevo a los campamentos más de lo que puedo cargar. Es una especie de complejo de Scout comodino, jodido e inexperto que me quedó de mi paso breve por el grupo 30, con sede en las instalaciones del Colegio Anáhuac Chapalita. Lo que si me quedó es esa urgencia de salir corriendo de la ciudad y sus rutinas de mierda hacia la naturaleza en su estado primigenio.

Escaparme al cerro implica dejar atrás el tráfico y el ruido, la contaminación y la prisa, la neurosis e incluso hasta los buenos modales. En un campamento cada quien se rasca con sus propias uñas y si las trae negras de tierra pues que se las limpie en el pantalón. No sé si me explico.

Casi siempre acampamos en el mismo lugar, creo que ahí obtengo la dosis requerida de aventura y adrenalina. Es un lugar al que no importa si voy media hora o 3 noches termino invariablemente tan sucio como si hubiera ido a la guerra de Vietnam.

El lugar al que me refiero se ubica en el predio conocido como Agua Zarquita de las Flores ( Domicilio a duras penas conocido), propiedad de la familia de un buen camarada. Un lugar accesible pero básicamente en medio de la nada, con un acceso para carros bastante rústico y sin luz, agua ó teléfono ni cosas pendejas e innecesarias. Un paraíso pues.

En agua zarca el silencio te aturde, hasta que te das cuenta que lo que te trae jodido es que no hay ruido alguno, suena contradictorio, pero viviendo en Guanatos está uno expuesto a un estruendo constante que te afecta horriblemente sin que te des cuenta siquiera. Una vez que te acostumbras empiezas a distinguir los sonidos propios del bosque y te envuelve una tranquilidad casi sospechosa. Aquí todo puede suceder, me consta.

En esta ocasión, de la mano de mi vástago de 2 años y medio, más cargado que una mula cerrera y saltando lienzos y puertas, me descubrí adolorido y feliz. Esta vez teníamos como invitados a E y a su hija de 3 años.

Entramos siempre caminando y de manera furtiva, ya que pedir las llaves del lugar le quitaría encanto a la experiencia, y esta vez no fue la excepción.

Llegamos completamente a oscuras y caímos como fardos, ambos, con todo y mochilas en una zanja de unos 80 cms. El se raspó las nalgas de manera considerable y yo me reí de mi total estupidez como guía. Cuando el cuerpo está flojo y sorprendido nunca se lastima uno. Al parecer después de 15 años de venir la gente todavía cree que tengo alguna idea de lo que estoy haciendo. 3 bolsas del super quedaron como a 2 metros de donde caímos. No nos pasó nada, como siempre, lo sacudí velozmente y lo insté a seguir caminando como topo a ciegas hasta el lugar.


Pusimos la casa de campaña en un santiamén y lo primero que hicimos fue instalar nuestros sleepings roídos y ponerle la pijama a Iyi. Estuvo bailando completamente encuerado unos 10 minutos gritando a voz en cuello, ¡ me gusta vivir así papá! A los 15 minutos ya estaba todo lo que tenía en mi mochila, lleno de tierra, arrugado y tirado por toda la tienda. Una estampa que conservaré por siempre.

No hicimos fuego esa noche ya que la leña estaba mojada y la verdad me dió una hueva infinita hacerle al neanderthal a oscuras. Comimos la cena fría y nos dormimos pronto rendidos y contentos.

A la mañana siguiente con los huesos adoloridos por dormir en el piso, hice un fuego respetable para cocinar el desayuno, el cual consistió en huevos revueltos con chorizo de soya, tortillas de harina y frijoles Isadora de sobre. Me sentí una mezcla entre Robinson Crusoe y maistro media cuchara a la hora de almorzar.

Nos quedamos dos noches.


El pasatiempo principal del sector kinder durante todo el campamento fué, con el beneplácito de mi compa y el mío, el de revolcarse hasta la coronilla en la tierra, jugando a la granja y haciendo pasteles y gelatinas de mugre. Me pregunto si sus madres hubieran estado presentes si esto hubiera sido posible.

Siempre que acampo llevo por lo menos una comida chingona para prepararla a las brasas. Algo que me hace sentir algo así como un pordiosero de lujo. Alguna vianda que resalte con el contexto silvestre por su sabrosura sin igual. A veces filete, otras chuletas, en esta ocasión tocó el turno a unas hamburguesas en toda regla, que harían palidecer al abuelito que sale en la foto de las franquicias de Carl Junior´s. Modestia aparte resultaron un manjar digno de de Motecuzoma II. Mi compa se deschongó con tres ejemplares al hilo mientras que yo, con los bigotes chorreando grasa, hipócritamente despaché dos con todo y una sin panes por aquello de la dieta.

Si bien esta vez no olvidé la navaja, la linterna o el papel del baño ocurrió un incidente que amenazó el escaso nivel de confort que habíamos logrado hasta el momento. Mientras intentaba hacer fuego de nuevo para la comida, los dos encendedores que poseíamos decidieron pasar a mejor vida, quedándose sin gas, al mismo tiempo. No teníamos ocote ni cerillos y la leña estaba completamente mojada.

Lo primero que pensé fue en hacer carne tártara con mi cuate, onda la peli de los gueyes de los andes, pero se me hizo mala onda, así que decidí irme en misión solitaria al pueblo cercano para salvar la expedición. Me quedé con ganas de echar los cadáveres de los encendedores para que estallaran, como en mi adolescencia temprana.

Me salieron dos ampollas peor que a una nena con su vestido de canesú, por caminar pinches cuatro kilómetros con las patas empapadas y las botas semirotas. Iba silbando una alegre melodía.

Esa noche nos dormimos temprano después de una sesión de berrinche de Iyi, con lágrimas de desesperación mías incluidas. Me daba una risa loca cuando un par de veces la criatura inocente me decía que ya quería irse a la casa y con su mamá. Confieso que antes de dormir estuve bastante angustiado, ya que había llovido y granizado como el puto diluvio universal y estaba casi seguro de que no podríamos sacar el auto a la carrretera.

El domingo por la mañana teníamos por delante con la parte más gacha de todo campamento, la de irse del lugar y sobre todo la de quitar y recoger todo el desmadre.

Repetí el ritual de los huevos con chorizo de soya y estuvimos viendo crecer las piedras un rato, sin muchas ganas de irnos, pero con la presión de que ambos teníamos comida familiar de Domingo, él con sus padres y yo con mis suegros.

Salimos como a las 12 del terreno, exhaustos y sudando con los niños de la mano y el espíritu de la expedición en alto. Habíamos sobrevivido la prueba con éxito y nos habíamos pasado un fin de semana a toda madre. Sin reglas de urbanidad, computadoras ni tarjetas de crédito.

El auto, prestado, salió sin mayores problemas de la brecha enlodada frente al rancho el zalate. Se atascó una vez completamente pero sin dudar, pedí a mi camarada que nos empujara para salir con lo cual se llenó literalmente de lodo hasta la jeta. Gajes del oficio supongo.


La próxima vez voy a llevar unas costillitas de puerco a la bbq para amenizar a la concurrencia.

lunes, 10 de agosto de 2009

De músicos y saltimbanquis, un paseo dominical

Me gasté como 32 pesos, llevé a mis dos hijos y me pasé una tarde exquisita y diferente.

La glorieta Chapalita es un lugar siempre bonito y bien cuidado, que representa bien el espíritu de la Colonia donde me criarion mis padres. Amplia y arbolada, adoquines azules o morados y un kiosco como los de antes para que toque la filarmónica.

Encontramos un lugar para el auto en el Soriana que está aledaño a la glorieta. Los lugares de estacionamiento no abundan, aunque tampoco hay que dar muchas vueltas con algo de maña. Guanatos empieza a ser una ciudad con problemas de estacionamiento, que irán agravándose con el tiempo hasta que tengamos que estacionar los chingados carros unos encima de otros, o tirarlos a la basura de plano.

De la mano de mis dos niños y echándole el cuerpo a los automovilistas para que bajaran la velocidad entramos de lleno en el bullicio dominical que imperaba en el ambiente.

Caminamos entre obras de arte de todos tipos, algunas horribles y otras realmente buenas, hasta llegar al pequeño anfiteatro al aire libre, cerca de un esperpento dorado que parece ser una estatua de Sor Juana y nos sentamos en la primera fila.

Tocaba en ese momento Naranjito Blues Band. Un grupo de escuincles que hacen un blues callejero de primera, como si fueran náufragos apaleados o vagabundos ancianos que viajan desde hace años en trenes de mercancías. Para ser tan jóvenes, yo diría que no pasan de los 20 ninguno de ellos, tienen un sonido potente y honesto que me encanta y una actitud desenfadada en el escenario. Sin duda los considero el grupo de blues que más me gusta de la ciudad. Mis hijos estaban encantados con su música.

Solo vimos 3 canciones, era el final de su número cuando llegamos, pero al terminar anunciaron que vendría un grupo de malabaristas, por lo cual aprovechamos para ir a ver al grupo de percusiones africanas que estaba tocando del otro lado de la glorieta.

Eran un ensamble con 3 Djembes y 2 Dun duns y tenían una marimba rudimentaria. Siempre disfruto los tambores pero esta ocasión no me pareció que sonaran particularmente bien. Después de 3 piezas aprovechamos para cruzar a la reina de diario (dairy queen) por un Blizzard de oreo para K y un cono con cubierta de chocolate para el pillo. Para mí puro chorizo ya que mi diabetes no me permite ese tipo de lujos azucarados. Generalmente me compro un elote con queso y crema para no sentirme menos, pero esta vez acababa de darle mate a una arrachera de 300 grs así que me abstuve de antojitos, que por cierto pululan por doquier.

De regreso el pequeño anfiteatro estaba ya hasta su madre, esperando a los saltimbanquis, que se hicieron esperar unos 15 minutos, pero compensaron con creces la impaciencia de mis hijos.

Trucos múltiples con fuego, con estacas y con boleadoras, malabarismos con 3, 4 y 5 bolos, humor tipo clown con sombreros y hasta un show de un barman que arrojaba botellas como yo en mis tiempos de la prepa, pero con mucha más gracia y puntería.

Mis hijos estaba alucinados con el espectáculo nunca antes visto. Yo estaba feliz de que hubiera un grupo de chavales tan clavados con el arte callejero que tuvieran un número tan completo y profesional.

Primero el blues, luego la música africana y para cerrar los cirqueros. La verdad nos salimos de la rutina, casi no me sentí en la guanatos retrógrada y conservadora de siempre, y nos divertimos de una manera sana, fresca e inocente.

Ya al final al pillo, con la ropa y la cara llena de nieve, le entró el trip de la pulcritud provocado por el cansancio y tuvimos que lavarnos las manos en una de las fuentes con agua puerca. El se sintió mucho mejor.

Nuevamente forzamos a los coches a bajar la velocidad, de otra manera es imposible cruzar la calle, para poder llegar a nuestro auto y enfilarnos a la casa.

Tengo que decir que aparte de los 32 pesos de las nieves, K, con actitud orgullosa y altiva les echó diez varos en el sombrero a cada uno de los colectivos que tuvieron a bien entretenernos esa tarde.

Huelga decir que repetiremos el Domingo que viene y el próximo.

viernes, 7 de agosto de 2009

La tiendita de mi barrio

El abarrotes de la esquina es un microcosmos doméstico con estantes ordenados.

Un lugar donde encuentro mucho de lo que necesito y al que acudo caminando, en bicicleta o acompañado de mis hijos y sus triciclos y patines del diablo.

La verdad me gusta mucho mi barrio, que en realidad es colonia, ojalá que no se me ofendan porque le digo mi barrio, me parece que suena mucho más entrañable así. Hay varios parques con muchos árboles y se respira una tranquilidad digna de notarse, sumido como me encuentro en el escándalo frénetico de Guanatos. Ese ritmo sucio que ya no notamos. Lo curioso es que en 4 años de vivir ahí nunca he podido tener la certeza de si vivo en La estancia, Residencial Vallarta sur o algún otro nombre que no recuerdo ya que todos los recibos de la luz, del agua y de la renta tienen una colonia diferente.

En mi barrio se encuentra una tienda de abarrotes como las de antes. Y la verdad aprecio que exista, aunque su dueña sea amargada y a todas luces malcogida. Ese no es mi pedo, yo y mis hijos hemos aprendido a no tomarnos personalmente las jetas con que prodiga a quienes visitan el changarro, el cual por cierto está siempre limpio y muy bien surtido, que es lo que verdaderamente importa.

Uno de los artículos que persigo incansablemente son los birotes salados, la estrella de la repostería de Guanatos, realmente una delicia. Y en la tienda de mi barrio descansan en un costal, frescos y cotidianos los panes de mi devoción.

Nunca olvidaré el pasado día de la Virgen ( chale dudé si poner virgen con mayúscula, que horror sacrílego). Me levanté antes de las 8 am incitado-forzado por mis dos hijos pequeños para iniciar el delicioso recorrido hacia el ansiado birote con el cual preprarar unos molletes para el desayuno. El pretexto del pan nos sirve para dar un paseo y respirar la mañana fresca y vital. Ellos en sus transportes y yo caminando. El caso es que al llegar y no ver los costales con el pan, interpelé airado a la dueña acerca de su ausencia y ella, con los ojos como platos y las venas del cuello a punto de reventar, no podía creer mi atea ignorancia y me dijo algo así como ¿ Pues que no ve que hoy es día de la morenita ? o alguna mamada por el estilo…..

Pinche ateísmo realmente lo desconecta a uno del sentir de los fanáticos. El 95 % del personal en esta república bananera. Peor para ellos. Recuerdo que pagué mi cuenta y me fui murmurando cosas horrorosas contra los huevones de los panaderos y el pinche día feriado.

Fácil me dije, voy al oxxo, cuyos dueños corporativos no conocen de valores ni de pausas de ningún tipo y compré unos panes todos madreados. Pero panes al fin. Si el oxxo hubiera fallado a dos cuadras hay un par de seven elevens uno junto al otro, celebrando el triunfo de la cultura gringa, fríos e impersonales, no como la tiendita de la esquina donde estoy seguro la señora jamás se olvidará de mí desde lo de la virgen.

Definitivamente me quedo con el esquema del abarrotes, ahora casi en extinción lamentablemente. Siento que mi dinero se queda en el mismo barrio y no se va a los odiosos gringos o algún exitoso corporativo de Monterrey, que es casi lo mismo que Estados Unidos. Si apostáramos al desarrollo local y regional recuperaríamos todo el poder que hemos perdido como nación. Estoy seguro, tan seguro que seguiré fiel a la tienda de la esquina donde las cosas son frescas y las jetas garantizadas pero personalizadas.

martes, 4 de agosto de 2009

TRACTEBEL te odio.

(Si Kafka hubiera sido Mexicano, lo tacharían de costumbrista)


Un buen día llegaron varios equipos de obreros de la construcción y se instalaron en la calle donde vivo. Ya los había visto trabajando-despendejando la calle en mi colonia y en la colonia de al lado. Y pensé : Esto cabrones no tardan en ir a joder mi colonia también y en efecto llegaron.

La verdad se ven muy equipados los albañiles, que palabra exquisita, con sus casquitos y sus chalecos fluorescentes. Debo reconocer que para meter todos esos tubos no lo han hecho del todo mal. En una obra más mexicana y tropicalota, es decir todas, el contrato hubiera llevado a una guerra civil en pequeño.

En Guanatos todo lo que tenga, o parezca que tenga que ver con el gobierno, nos provoca una sensación culerísima que corre desde la base de la columna vertebral, gotas de sudor frío nos recorren justo al darnos cuenta de que ya todo valió madre.

La primera pregunta que me surge al ver llegar los bobcats y manos de chango es ¿ Quién chingados les dio el permiso de hacer una obra de tal envergadura ? e inmediatamente después ¿ Cual de los parientes del gober en turno o alcalde se va a enriquecer de un trimestre a otro ? Eso vale madre en realidad, he llegado al punto en que ya no me interesa si roban o no. Por mí que roben todo lo que quieran.

La obra obviamente se desarrolla a plena calle de 8 a 7 más o menos y no he visto que cierren ninguna vía. Con las habilidades sofisticadas del tapatío para manejar vehículos automotores no sé como no ha habido muertos y lisiados.

Dicen los rumores que es más seguro y barato abastecerse de gas doméstico de esta manera. Yo para variar ya no le creo a casi nada de lo que me dicen. Dudo que los panistas realmente le hayan dado al clavo a algún asunto público de principio a fin.

El pedo es que yo sabía que la obra sería un reverendo desmadre. Ruido y polvo combinados con el calor pos verano de mierda que nos trajo el niño este año. Obreros huevones durmiendo con la boca abierta a la hora de la comida en el camellón. Operarios de maquinara pesada con la inteligencia emocional de un cacahuate, chiflándole a las viejas buenas que pasen.

El México bonito pues, ese que hace me hace pensar que la vida no vale nada y es hermosa.







El sábado como a las 8:30 mi casa se cimbraba al compás de una chingadera con un disco gigante de acero y picos. Imposible dormir o ver la caja idiota.

Vivir en una ciudad como esta implica experimentar muchas cosas que están de la chingada, en pro del bienestar común. El tiempo se hace largo cuando esto pasa y uno se pregunta porque no tiene algun pasaporte que no sea verde oscuro y bastante pitero.

Llámenme antipatriota, hagan que mi tarde reviva y encendamos alguna pinche pasión en este país moribundo y a punto del caos. Pero eso si, estado fallido mis huevos. No sirve para nada pero fallido, fallido no es. No señor.


Ayer que fui con mis hijos al parque, el más pequeño casi se parte la madre con las zanjas que amablemente nos dejó abiertas tractebel. El pobre no supo para donde darle al triciclo ya que al combinarse los agujeros con los coches que obstruían la banqueta decidió darle por media calle. No lo culpo.

Estos días han sido de ruido y polvadera, pero estoy seguro que una vez que terminen y el gas funcione bien me olvidaré de este episodio de construcción-destrucción frenética poselectorera.

Hasta que pase algo más en esta ciudad que parece inquieta pero no descansa y donde a casi todos nos vale madre casi todo.

lunes, 3 de agosto de 2009

Crónica de los callejeros

Lavacoches, viene viene, cuidacarros y anexos.


Una plaga urbana es lo que son.

Producto de un sistema extremadamente injusto y jodido, nos ponen a filosofar a todos aún sin quererlo. Nos hacen también optar y tomar postura forzosa ante el hecho indudable de que vivimos en un país de pobres en el que mucha gente sale a la calle a trabajar. Les das o no les das dinero, tienes aunque sea una sonrisa y un ahorita no, o simplemente los ignoras. La cosa es que es imposible pretender que no impactan nuestra vida urbana.

Aquí podría sacar a relucir todo tipo de argumentos escuchados y usados por mí también. Que si ganan más que uno, que si son huevones , que si sus recetas del IMSS y diálisis que exhiben son de mentira. Que si las muletas y los huérfanos no son reales. Que si piden lana para drogarse y la verdad muchos podrían tener un trabajo padrísimo ganando el salario mínimo enriqueciendo a algún carnal que vive en el Country. Así podríamos irnos ad infinitud.

Creo que al final me quedo con la tesis de que si yo doy algo, gano yo también en cuanto a karma. Los que seguro van a valer madre y a reencarnar en un apio son los empresarios de la deformidad, la mugre y el abandono, pero eso es pedo de ellos, no mío.

Nunca falta el güey que te quiere cobrar por cuidarte el carro, el mío se cuida solo, y cuando regresas el carnal ni está. Ahora les da por cobrar por adelantado y al rato ya hasta factura te vana querer dar. Cobrar por un lugar público, llámese banqueta es una reverenda mamada. Y esta gente de algo tiene que comer.

Los que si merecen la palma de oro son los que te cobran por decirte como estacionarte. A esos no sabes si patearlos al bajarte o de plano reírte. Son artistas para inventarse un servicio que nadie pide y no sirve para nada. Ya tengo un buen rato que a estos si les doy dinerito, por ejemplo saliendo del cine. La neta desde que tengo hijos me ha dado por compartir mi abundancia con más frecuencia los seres de la calle.

Cuando mi hija me pregunta ¿ Porqué no les das dinero ? nosotros somos muy afortunados, casi nunca tengo una respuesta coherente que no me haga quedar como el Sr scrooge. La cosa es que si le diera monedas a todos los que me piden en mi camino desbancaría al pinche Hill Gates en su papel de filántropo a toda madre.


Lo que me parece es que toda esta gente no tiene lugar en el sistema, de por sí desigual e inhumano. No tiene lugar y la verdad tampoco le interesa tenerlo. Quizá por eso nos ofenden tanto cuando los vemos.


La calle en México es cabrona, seguramente en todos lados lo es, por lo menos en Guanatos muy seguido me toca ver estampas que me matan lentamente. Algunas son fabricadas por los mismos empresarios de la lástima y otras no. La mayoría hacen que las monedas salgan de mi bolsillo y todas me chingan por igual.

Cuando veo niños solos que pasan todo el día en la calle en lugar de ir a la escuela, muchas veces explotados por sus papás o por otros adultos me inundan sentimientos de rabia y de tristeza. Muy seguido pienso que todo en este pinche país funciona mal y un pesimismo horrible se apodera de mí. Otros días trato de no sentirme así evadiéndome con éxito para no ver esta realidad, tal como hacen la mayoría de mis vecinos tapatíos. Lo que si es innegable es que el no ver el fenómeno de la gente de la calle nos endurece, cuando no los vemos a los ojos y tenemos una negativa siempre presta, para cualquiera, nos volvemos rígidos para no sentir.

Carajo, nuevamente un post que tenía pensado para reírme con humor negro sabroso se volvió algo serio y medio amargado. La neta este pinche país no es para menos. El que no pueda ver esto o es un pendejo total o de plano se creyó el cuento de los programas de vivir mejor.