El gobernante en turno emitió el decreto definitivo.
La prohibición absoluta de las banquetas y por ende, la desaparición forzada de los peatones, entes estorbosos e indignos del progreso y la moderna prosperidad.
Los ciudadanos tomaron las calles, pisando el acelerador con lujuria. Celebraban su triunfo entre una nube espesa de humo maloliente.
Una sola fila interminable y estática, defensa con defensa.
El regreso resultó atroz, todos hechos peatones, derrotados.
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