jueves, 29 de diciembre de 2011

dulce blasfemia

Debemos percatarnos de que fuimos lanzados a esta vida de aflicción sin nuestro consentimiento, y que desde el albor de nuestra conciencia hemos sido asaltados por los sofismas de quienes aprovechan nuestra condición; si queremos plantar ocasionalmente una rosa en el rocoso sendero de la vida, tendremos que sacrificarlo todo a las exigencias de nuestros sentidos. Tal es la lección de los filósofos de alcoba.

Marqués de Sade 1797

Eugenio llevaba tanto tiempo en abstinencia sexual que llegó un momento en que dejó de pensar claramente. Su mirada estaba nublada por la cantidad de semen que se acumulaba en su cuerpo sin una salida natural y digna.

Según alguna escuela de la antigüedad, ahora tan de moda, el semen al no derramarse se reintegra en alguna parte del cerebro dando a su poseedor cualidades magníficas y una fuerza y lucidez extraordinarias. En el caso de Eugenio solo lo enloquecía consumiéndolo poco a poco en un fuego lento y abrasador, avivado por la presencia de sus núbiles compañeras de trabajo en la maquila en la que ponía piezas pequeñas como un pinche robot.

Llevaba más de un año sin acercarse a ninguna mujer, poseído por el miedo irracional de enfermarse o embarazar a alguien indebidamente, incluso usando protección, hasta que un buen día reparó en la mirada coqueta y un tanto putona de la mujer que vivía a 4 puertas de distancia de su casa.
¿Y si me la cojo? Pensó, presa de una calentura formidable que hacía que sus caderas se movieran como si tuvieran vida propia, en la danza primitiva del instinto animal.

Se ve que si jalaría…..se dijo ilusionado ante la idea de finalmente fornicar con alguien fuera de sus fantasías puñeteras, sintiendo al mismo tiempo la punzada del miedo mezclada con la adrenalina que su cuerpo descargaba en sus venas, anticipando el posible coito en una sensación tan avasalladora como el llamado de la especie entera. No sería mentir el aseverar que tenía los huevos hinchados, tiesos y le dolieron de puras ganas de aparearse.

En realidad no fue nada difícil, ya que Eugenio era por demás bien parecido y Lucila, la vecina muy proclive al folleteo sin compromisos. Hicieron contacto ocular, un par de sonrisitas, luego un café y de ahí a la cama a practicar todo tipo de suertes sexuales que hicieron que Eugenio por fin se olvidara de sus miedos, en aras de poder fundirse con la corriente de la evolución que le ordenaba imperativamente que dejara su simiente sembrada en el útero de alguna hembra local de caderas anchas, buenas para procrear escuincles de pelos parados y muy ruidosos.


Ese miércoles en particular Eugenio estaba con Lucila bebiendo cervezas en la minúscula sala de su casa cuando ella comenzó a besarlo fogosamente en el cuello y las orejas, metiendo su mano hábil en su entrepierna mientras jadeante le decía:
-Ándale flaquito, métemela, anímate ¿no me la vas a meter? A lo que Eugenio respondió con unos ruidos guturales como de bonobo en celo mientras le quitaba la blusa y el brassiere liberando unos pechos morenos y un tanto aguados, en lo que dada la calentura del momento no reparó hasta el día siguiente, cuando reflexionando se dio cuenta que Lucila no le gustaba casi nada, y que su principal atractivo era que le ponía las nalgas enfrente a la menor provocación.

Jala más un par de tetas que un chingo de carretas, dice el dicho popular, y también jalan más que el miedo de tener un hijo o de contraer el SIDA o una gonorrea ardorosa y galopante.

No en vano había pasado muchas horas en terapia para poder darse cuenta que estaba repitiendo un patrón, en el que una mujer sin muchos atractivos físicos se le abalanzaba ávidamente en busca de sus favores sexuales.

Una fracción de segundo después, mientras Eugenio cavilaba en su estilo social cognitivo, se dió cuenta que ella le estaba practicando un felatio en toda forma, pantalones hasta el piso, relamiéndose las comisuras de los labios y masajeándole las turmas con pericia, mientras Él echaba su cabeza hacia atrás dispuesto a cualquier cosa con tal de obtener el alivio tan deseado al deseo acumulado en todos esos meses de vida cuasi monacal.

Despúes de unos minutos de intenso placer y maniobras orales impecables por parte de Lucila Eugenio sintiendo que no podía contenerse más blasfemó casi gritando:

-JESUS CHRIIIIIISSSSSSSST !!!!!!

Lucila se detuvo en seco y lo miró fijamente a los ojos entristecida y decepcionada respondiendo con un tono extremadamente solemne:
- Él no tiene nada que ver en esto, te agradecería que no mezclaras aquí ok?
El hecho de que era fuera cristiana y la manera en como se lo dijo, con la boca prácticamente llena de su virilidad provocó a Eugenio una risotada tal que resonó en toda la cuadra.

Ella se sintió un tanto confundida y vaciló unos segundos en su labor, a lo que Eugenio respondió tomándola con firmeza de la nuca y dirigiéndola hacia abajo.
Días después ella lo invitó insistente a que asistiera a las celebraciones dominicales de su iglesia a lo que él se negó terminantemente, pero continuaron intercambiando fluidos por las tardes despúes del trabajo.

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