miércoles, 26 de agosto de 2009

Tapatíos en Tapalpa 1 versión into the wild

Siempre llevo a los campamentos más de lo que puedo cargar. Es una especie de complejo de Scout comodino, jodido e inexperto que me quedó de mi paso breve por el grupo 30, con sede en las instalaciones del Colegio Anáhuac Chapalita. Lo que si me quedó es esa urgencia de salir corriendo de la ciudad y sus rutinas de mierda hacia la naturaleza en su estado primigenio.

Escaparme al cerro implica dejar atrás el tráfico y el ruido, la contaminación y la prisa, la neurosis e incluso hasta los buenos modales. En un campamento cada quien se rasca con sus propias uñas y si las trae negras de tierra pues que se las limpie en el pantalón. No sé si me explico.

Casi siempre acampamos en el mismo lugar, creo que ahí obtengo la dosis requerida de aventura y adrenalina. Es un lugar al que no importa si voy media hora o 3 noches termino invariablemente tan sucio como si hubiera ido a la guerra de Vietnam.

El lugar al que me refiero se ubica en el predio conocido como Agua Zarquita de las Flores ( Domicilio a duras penas conocido), propiedad de la familia de un buen camarada. Un lugar accesible pero básicamente en medio de la nada, con un acceso para carros bastante rústico y sin luz, agua ó teléfono ni cosas pendejas e innecesarias. Un paraíso pues.

En agua zarca el silencio te aturde, hasta que te das cuenta que lo que te trae jodido es que no hay ruido alguno, suena contradictorio, pero viviendo en Guanatos está uno expuesto a un estruendo constante que te afecta horriblemente sin que te des cuenta siquiera. Una vez que te acostumbras empiezas a distinguir los sonidos propios del bosque y te envuelve una tranquilidad casi sospechosa. Aquí todo puede suceder, me consta.

En esta ocasión, de la mano de mi vástago de 2 años y medio, más cargado que una mula cerrera y saltando lienzos y puertas, me descubrí adolorido y feliz. Esta vez teníamos como invitados a E y a su hija de 3 años.

Entramos siempre caminando y de manera furtiva, ya que pedir las llaves del lugar le quitaría encanto a la experiencia, y esta vez no fue la excepción.

Llegamos completamente a oscuras y caímos como fardos, ambos, con todo y mochilas en una zanja de unos 80 cms. El se raspó las nalgas de manera considerable y yo me reí de mi total estupidez como guía. Cuando el cuerpo está flojo y sorprendido nunca se lastima uno. Al parecer después de 15 años de venir la gente todavía cree que tengo alguna idea de lo que estoy haciendo. 3 bolsas del super quedaron como a 2 metros de donde caímos. No nos pasó nada, como siempre, lo sacudí velozmente y lo insté a seguir caminando como topo a ciegas hasta el lugar.


Pusimos la casa de campaña en un santiamén y lo primero que hicimos fue instalar nuestros sleepings roídos y ponerle la pijama a Iyi. Estuvo bailando completamente encuerado unos 10 minutos gritando a voz en cuello, ¡ me gusta vivir así papá! A los 15 minutos ya estaba todo lo que tenía en mi mochila, lleno de tierra, arrugado y tirado por toda la tienda. Una estampa que conservaré por siempre.

No hicimos fuego esa noche ya que la leña estaba mojada y la verdad me dió una hueva infinita hacerle al neanderthal a oscuras. Comimos la cena fría y nos dormimos pronto rendidos y contentos.

A la mañana siguiente con los huesos adoloridos por dormir en el piso, hice un fuego respetable para cocinar el desayuno, el cual consistió en huevos revueltos con chorizo de soya, tortillas de harina y frijoles Isadora de sobre. Me sentí una mezcla entre Robinson Crusoe y maistro media cuchara a la hora de almorzar.

Nos quedamos dos noches.


El pasatiempo principal del sector kinder durante todo el campamento fué, con el beneplácito de mi compa y el mío, el de revolcarse hasta la coronilla en la tierra, jugando a la granja y haciendo pasteles y gelatinas de mugre. Me pregunto si sus madres hubieran estado presentes si esto hubiera sido posible.

Siempre que acampo llevo por lo menos una comida chingona para prepararla a las brasas. Algo que me hace sentir algo así como un pordiosero de lujo. Alguna vianda que resalte con el contexto silvestre por su sabrosura sin igual. A veces filete, otras chuletas, en esta ocasión tocó el turno a unas hamburguesas en toda regla, que harían palidecer al abuelito que sale en la foto de las franquicias de Carl Junior´s. Modestia aparte resultaron un manjar digno de de Motecuzoma II. Mi compa se deschongó con tres ejemplares al hilo mientras que yo, con los bigotes chorreando grasa, hipócritamente despaché dos con todo y una sin panes por aquello de la dieta.

Si bien esta vez no olvidé la navaja, la linterna o el papel del baño ocurrió un incidente que amenazó el escaso nivel de confort que habíamos logrado hasta el momento. Mientras intentaba hacer fuego de nuevo para la comida, los dos encendedores que poseíamos decidieron pasar a mejor vida, quedándose sin gas, al mismo tiempo. No teníamos ocote ni cerillos y la leña estaba completamente mojada.

Lo primero que pensé fue en hacer carne tártara con mi cuate, onda la peli de los gueyes de los andes, pero se me hizo mala onda, así que decidí irme en misión solitaria al pueblo cercano para salvar la expedición. Me quedé con ganas de echar los cadáveres de los encendedores para que estallaran, como en mi adolescencia temprana.

Me salieron dos ampollas peor que a una nena con su vestido de canesú, por caminar pinches cuatro kilómetros con las patas empapadas y las botas semirotas. Iba silbando una alegre melodía.

Esa noche nos dormimos temprano después de una sesión de berrinche de Iyi, con lágrimas de desesperación mías incluidas. Me daba una risa loca cuando un par de veces la criatura inocente me decía que ya quería irse a la casa y con su mamá. Confieso que antes de dormir estuve bastante angustiado, ya que había llovido y granizado como el puto diluvio universal y estaba casi seguro de que no podríamos sacar el auto a la carrretera.

El domingo por la mañana teníamos por delante con la parte más gacha de todo campamento, la de irse del lugar y sobre todo la de quitar y recoger todo el desmadre.

Repetí el ritual de los huevos con chorizo de soya y estuvimos viendo crecer las piedras un rato, sin muchas ganas de irnos, pero con la presión de que ambos teníamos comida familiar de Domingo, él con sus padres y yo con mis suegros.

Salimos como a las 12 del terreno, exhaustos y sudando con los niños de la mano y el espíritu de la expedición en alto. Habíamos sobrevivido la prueba con éxito y nos habíamos pasado un fin de semana a toda madre. Sin reglas de urbanidad, computadoras ni tarjetas de crédito.

El auto, prestado, salió sin mayores problemas de la brecha enlodada frente al rancho el zalate. Se atascó una vez completamente pero sin dudar, pedí a mi camarada que nos empujara para salir con lo cual se llenó literalmente de lodo hasta la jeta. Gajes del oficio supongo.


La próxima vez voy a llevar unas costillitas de puerco a la bbq para amenizar a la concurrencia.

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